A mi edad, soy muy sensible a los problemas de contratación de personas con la misma cantidad de juventudes acumuladas que yo, sin embargo, como reclutador, siempre pensé que no tenía en cuenta la edad cuando estaba contratando o evaluando empleados.
Recientemente, tuve algunas experiencias que le dieron un llamado de atención a mis propias percepciones sobre la edad, en lo que respecta a la característica de los puestos y de los postulantes a los mismos.
Una de ellas fue cuando conocí a un joven en unas conferencias sobre tecnología. Vestido muy a lo hipster, con un aspecto desalineado propio de sus jóvenes años, muy informal, llevando mi primer pensamiento a la idea de que podía ser un técnico de los de apoyo en las conferencias.
Cuando comenzamos a hablar, me contó que era el dueño de una empresa de software, y me lo imaginé por su juventud en su cuarto haciendo algún desarrollo como emprendedor.
Cuando vi las hojas de vida de los conferencistas, allí estaba y vi que era dueño de una de las nuevas empresas de mayor crecimiento, con una facturación de 8 dígitos al año.
Mis deducciones estaban completamente erradas y entonces recordé mi propia historia cuando a los 19 años, me dieron un cargo de jefatura en una oficina, y el jefe de mi jefe dijo, “no creo que sirva, es muy joven para ser jefe”.
Eso me enojó mucho porque en realidad, yo venía manejando gente desde los 15, en un emprendimiento de artesanías que había comenzado con mi hermano y un amigo, y que ya nos había permitido tener dos locales y 8 empleados que yo manejaba.
La otra experiencia fue una búsqueda que estábamos haciendo de un gerente de innovación, y cuando apareció el candidato, un profesional de unos 55 años, lo primero que pensé es “ya es muy grande para innovar, ya no creo que tenga ganas”.
Cuando avanzamos en la entrevista, me entero que lideró los procesos de innovación de compañías muy conocidas, la última y muy exitosa, hacía solo un año, y que, además, iba por su cuarta maestría, la cual terminaría ese año, porque según él, “sentía que le faltaban cosas por aprender”.
Y me sentí totalmente identificado.
Con 61 años, todavía sigo buscando nuevas cosas por aprender todo el tiempo, asesoro a empresas sobre innovación y transformación digital, comencé recientemente un nuevo emprendimiento, y mi último hijo tiene 2 años y medio, una innovación importante en mi forma de vida teniendo en cuenta que la menor de mis hijas, que lo sigue cronológicamente, tiene 26 años…
Volviendo a mis prejuiciosas percepciones, no hay duda de que cada uno de los individuos que mencioné estaba totalmente calificado y era capaz de cumplir acabadamente con lo que era su profesión y puesto, o interés profesional.
Sin embargo, estas experiencias me demostraron que, a pesar de creer que la edad casi nunca es un problema para acceder a un puesto y de haber pasado por experiencias donde mi edad me jugaría en contra si primaran los prejuicios, tenía nociones estereotipadas sobre la edad "adecuada" para ciertas posiciones o tareas.
Eso me hizo mucho más sensible y consciente de mi propia percepción y espero que eso me ayude a dejar de lado los prejuicios y el etiquetado de las personas solo por la primera impresión.
El problema de esto es que las primeras impresiones pesan demasiado, y nos es muy difícil luego cambiarlas, buscando peros para sostenerlas en lugar de ver ventajas, todo porque no nos gusta sentir que nos equivocamos.
La edad no puede vencer al talento, sin embargo, el talento se refina con la edad, y la edad nos hace acumular experiencia.
Por eso, nadie es demasiado viejo o joven para algo, como tampoco, los años son un seguro de adaptación al puesto o la tarea.
La adaptación al puesto tiene que ver con las competencias que el individuo trae y eso no tiene precisamente que ver con la franja etaria en la que se encuentre.
Y en tu caso lector, ¿qué tanto juegan tus prejuicios sobre la edad de las personas en tus decisiones?
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