Una metodología es un conjunto de pautas o principios que se pueden adaptar y aplicar a una situación específica.
Se puede definir de varias maneras, por ejemplo:
Un enfoque específico para hacer alguna cosa
Plantillas, formularios y listas de verificación utilizadas durante el ciclo de vida para hacer algo
Una serie de pasos y procedimientos documentados
Un proceso definido para lograr un fin
Una colección de métodos, procedimientos y estándares que definen una síntesis de los enfoques de ingeniería y gestión diseñados para entregar un producto, servicio o solución
Un conjunto integrado de tareas, técnicas, herramientas, roles y responsabilidades e hitos utilizados para la entrega de algo
Cuando nos introducimos en el mundo de la gestión de proyectos, una metodología formal debe ordenar y dirigir el trabajo de todos los miembros del equipo a lo largo del ciclo de vida del proyecto, y estos miembros deben conocer acabadamente y utilizar la metodología elegida.
Uno de los primeros problemas con los que nos encontramos es que muchas metodologías de gestión de proyectos se enfocan en la gestión de un proyecto en particular, sin tener en cuenta que muchos otros proyectos en una empresa compiten por los mismos recursos y atención.
La visión general, la priorización y el manejo de los recursos por encima de los proyectos particulares es la solución a esto, pero no siempre esta función está presente en las organizaciones y los resultados dependen más del peso del sponsor o de la habilidad de relacionarse del gestor de proyectos.
Existen muchas metodologías de gestión de proyectos y algunas difieren mucho entre sí, pero podemos agruparlas en dos grandes colecciones: las predictivas y las ágiles o iterativas.
Sin embargo, la lista no termina con las conocidas y publicadas.
Mientras que algunas compañías usan metodologías comerciales o formales estándar, otras tienen su propia metodología personalizada y única para desarrollar sus proyectos.
El tema es que, con la metodología incorrecta, descubrir, diseñar, construir, probar y desplegar proyectos puede ser caótico.
La metodología debe elegirse siempre en función del proyecto, y lo cierto es que, la que se elige, representa simplemente un marco para el trabajo que se debe realizar y pocas veces indica dónde se necesita aplicar creatividad, ni cómo lidiar con la realidad del día a día, siendo las ágiles las que están más cerca de este ideal.
Generalmente, los gerentes de proyecto simplemente usan la metodología disponible o estándar definida en su organización y continúan desarrollando los proyectos con la misma, tratando de que todo encaje.
En esta situación, cuando se plantean problemas inesperados o se disparan riesgos en un proyecto, intentan gestionar de forma reactiva pero atados al camino definido por la metodología en uso y los resultados generalmente terminan empeorando.
Por lo tanto, lo primero a determinar antes de comenzar el proyecto es la metodología correcta para el mismo y la regla general es que, cuanto más conocidas son las técnicas y herramientas y más fijos los requisitos, más se ajustan las predictivas, mientras que las ágiles se aplican mucho mejor en entornos cambiantes, falta de certezas y uso de herramientas o técnicas poco conocidas.
El problema es que a muchos gerentes de proyectos les resulta difícil renunciar al control según lo previsto en la gestión establecida como estándar, y, realmente, no hay garantía de que el equipo cumplirá con el objetivo si solo sigue una metodología elegida.
La falsa seguridad que dan los planes, aunque los mismos no se cumplan, es demasiado tentadora.
Por eso, a pesar de haber validado una metodología como la más ajustada al principio, se debe chequear su ajuste todo el tiempo.
La flexibilidad en la elección de la metodología que más se ajuste, el manejo de distintas metodologías y la capacidad de cambiar de marcha, son factores de éxito indiscutidos y esto es lo que hace sobresalir a los gerentes que lo practican.
Además, la mayoría de los desarrollos de proyectos se abordan erróneamente con el supuesto de que la metodología utilizada se entiende bien y que el proyecto se puede planificar y estimar fácilmente, pero en la práctica eso no ocurre.
Por lo tanto, volvamos a las mejores prácticas, definamos lo que nos parece el camino correcto, pero, si vemos que no funciona, actuemos rápidamente utilizando atajos o caminos alternativos, pues persistir en el error no nos llevará a buen puerto.
Conclusión: No existen metodologías perfectas que se adapten a todos los proyectos, ni proyectos que las soporten, así que, a abrir la cabeza, dejar la zona de confort y animarse a cambiar de caballo en la mitad del río de ser necesario, porque si no lo hacemos la realidad termina por ahogarnos, caballo (proyecto) incluido.
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