En la vida de casi todos los que conozco (y me incluyo, aun no conociéndome del todo), ha llegado este punto difícil, esta circunstancia dolorosa, este dilema oficial que nos lleva, o llevó, a un completo atasco.
"Simplemente, no sé qué hacer".
El tema aquí es que, si simplemente no sabes qué hacer, lo más probable es que no hagas nada.
Cuando declaramos que no sabemos qué hacer, simplemente no sabremos.
No avanzaremos, por el contrario, iremos moviéndonos hacia atrás en la calma de nuestro estado de ánimo sin darnos cuenta.
No es necesario cambiar porque simplemente no queremos saberlo.
Saber cambiaría las cosas.
Saber requeriría que cambiemos las cosas.
Por lo tanto, nuestro convencimiento sobre la inacción es total.
Ahora, si le dijimos a nuestro jefe que no sabíamos que hacer, lo más probable es que el haya entendido que seguiríamos en la búsqueda de una solución, mientras que nosotros nos quedamos “haciendo la plancha” porque comunicamos nuestro parecer.
Resultado: Nadie estará haciendo nada por ese problema que surgió y del cual declaramos no saber qué hacer.
Quizás te resulte conocido el tema, y si no, aunque te parezca mentira, ocurre todo el tiempo en las organizaciones.
Tiene mucho que ver con una comunicación deficiente y una falta de entrenamiento, pero más con poner nuestras expectativas sobre lo que pensamos que el otro va a hacer sin asegurarnos, y allí es donde se produce el quiebre.
Por lo tanto, hay dos grandes problemas a resolver.
El primero es el bloqueo que genera en la gente el hecho de decir “No sé qué hacer”, y el segundo la falla comunicacional que lo agrava.
Para atacar nuestros dos temas, la consigna sería no dejar nada librado al buen entender.
Si somos líderes y uno de nuestros colaboradores viene con esa postura, deberemos profundizar en eso que dice no saber, darle alternativas de solución, y si no las tenemos pedirle que las busque, pero con supervisión del resultado, o en su defecto, un trabajo conjunto en la búsqueda.
Una buena capacitación en análisis y resolución de problemas también ayuda a aquellos que suelen tener estos bloqueos porque les da herramientas conocidas y probadas que los pueden sacar del atolladero.
Pero por sobre todas las cosas, creo que lo importante es cambiar el espíritu de la organización para que estas cosas ni siquiera ocurran.
Para ello es necesario trabajar en un ambiente colaborativo, donde no se tenga miedo o vergüenza de pedir ayuda y donde el orgullo personal y organizacional estén basados en superar los obstáculos como sea.
Esto obliga a predicar con el ejemplo, a no cejar en los esfuerzos transmitiendo el valor a nuestra gente, a arremangarse y poner manos en el asunto cuando lo requiera porque la consigna es obtener resultados y cumplir objetivos.
Claro que esto requiere grandeza en los tomadores de decisiones y una alta tolerancia al error, pero es un tema menor si miramos los posibles resultados y vemos que hay una fuerte tendencia al éxito.
Así que… ¿cuándo comenzamos?
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