El enemigo no es el statu quo: es lo que decidiste no cuestionar
- Daniel Sachi
- hace 2 días
- 5 Min. de lectura

A veces, una conversación de pasillo termina siendo más transformadora que un seminario entero.
Hace años, en una empresa multinacional que prefiero no nombrar —pero cuyo logo podría reconocerse hasta desde Marte—, un gerente me dijo con total naturalidad:—Aquí las cosas se hacen así porque siempre se hicieron así.
Y ahí, en esa frase repetida hasta el cansancio en tantas organizaciones, vi el fantasma de una creencia agazapada.
Esa que nadie cuestiona por costumbre, por miedo o por conveniencia, manteniendo así el statu quo
Fue en ese momento cuando comprendí, otra vez, que no hay innovación verdadera sin revisión de creencias.
Yo vengo de mundos donde las decisiones impactan a miles.
Y también de entornos donde una sola conversación sincera con un operario cambió el rumbo de un proyecto.
He vivido las dos caras del poder: la que construye y la que posterga.
Y si algo me enseñaron los años en dirección general, en salas de directorio, y en los silencios incómodos de las salas de espera, es que las creencias no son inocentes.
“Lo que creemos determina lo que vemos, y no al revés.” —Stephen R. Covey.
La creencia como lente (y como trampa)
Cuando empecé mi carrera como técnico en telecomunicaciones, lo que creía sobre mí mismo estaba limitado por lo que los demás creían que podía hacer.
No tenía título universitario, ni contactos, ni traje. Pero tenía curiosidad y algo de inconformismo.
Esa mezcla me llevó a preguntarme —¿y por qué no?— muchas veces en contextos donde la respuesta más frecuente era “porque nunca se hizo”.
Con los años, esa pregunta se volvió mi brújula.
Y cuando hice mi maestría, o estudié reingeniería de procesos en Kellogg o sistemas de información gerencial en Berkeley, descubrí que las metodologías son útiles, pero las creencias son el verdadero sistema operativo que hace funcionar (o trabar) cualquier organización.
No importa cuántas herramientas ágiles, digitales o filosóficas tengas a mano: si tu equipo cree que los errores se castigan, nadie va a innovar.
Y si creen que los líderes son infalibles, nadie va a contradecirlos, aunque vayan directo a un iceberg.
El fantasma de la gravedad (y otros espíritus organizacionales que refuerzan el statu quo)
Hace años leí Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Robert M. Pirsig. Fue como meter la cabeza en una licuadora existencial.
Pirsig pone en jaque conceptos tan sólidos como la ley de gravedad, demostrando que también es una construcción mental.
En uno de los pasajes, su hijo le pregunta si es ingenuo creer en fantasmas. Y él responde que las leyes científicas —como la gravedad— también son fantasmas, porque solo existen en la mente de las personas.
Lo que no tiene materia ni energía, como nuestras creencias, ¿puede considerarse real?
Ahora llevémoslo a las empresas. ¿Cuántas veces actuamos en función de “lo que se espera” o “lo que siempre se hizo”, sin revisar si esa lógica sigue teniendo sentido? ¿No serán esas “leyes internas” de la cultura organizacional los verdaderos fantasmas que rigen nuestros comportamientos?
Cuando creí que sabía, me volví peligroso
A veces, cuanto más sabemos, menos preguntamos.
Me ha pasado.
Estás en una posición de liderazgo, te formaste en las mejores universidades, diste conferencias, llevaste empresas al éxito… y de pronto, ya no escuchás.
Porque creés que ya entendiste todo.
Esa es una creencia letal.
Recuerdo una vez que, como coach en una empresa tecnológica, planteé que el verdadero cuello de botella no estaba en la entrega del producto sino en las decisiones dilatadas del comité.
Un director me miró sorprendido y dijo:—Pero eso siempre fue así…—Justamente —le respondí—, y por eso siempre estamos igual.
“El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, sino la ilusión del conocimiento.” —Stephen Hawking
¿Y si las creencias fueran herramientas?
Durante una mentoría a una startup de salud, propuse algo que a primera vista parecía una herejía:—Vamos a diseñar nuestras creencias organizacionales. Como si fueran herramientas.
—¿Diseñar creencias? —preguntó uno de los socios.
—Sí. No para mentirnos, sino para empoderarnos.
Y empezamos.
“Creemos que el error es fuente de aprendizaje”, “creemos que el cliente interno importa tanto como el externo”, “creemos que el feedback no es una amenaza”.
Al cabo de seis meses, el ambiente de trabajo había cambiado radicalmente.
No fue magia.
Fue diseño consciente.
Preguntas que pueden incomodar (pero también liberar)
¿Qué creencias gobiernan tus decisiones diarias, sin que te des cuenta?
¿Cuáles de ellas fueron heredadas y ya no te sirven?
¿Qué impacto tienen tus creencias en el ambiente de tu equipo?
¿Qué fantasmas de “verdad” estás sosteniendo, solo por inercia?
¿Te animas a rediseñar tus modelos de realidad, aun si eso te obliga a soltar certezas?
Deconstruir para construir
Por supuesto, no propongo vivir en una incertidumbre total.
Las creencias son necesarias: nos dan marco, dirección, pertenencia.
Pero no deberían ser jaulas.
Si las tratamos como hipótesis, se vuelven puertas.
Si las tratamos como dogmas, se vuelven candados.
Cuando trabajamos en ROI Agile con equipos que buscan transformarse, lo primero que observamos no son sus herramientas, sino sus relatos.
¿Qué dicen de sí mismos? ¿Qué historias repiten? ¿Qué se permiten imaginar?
Una vez acompañamos a una empresa textil a rediseñar su estructura.
Antes de cambiar un solo proceso, hicimos una ronda de conversaciones.
En ellas, surgió una creencia clave: “Aquí, los cambios siempre vienen desde arriba y no funcionan.”
Esa frase fue el punto de partida. Rediseñamos el sistema… empezando por la creencia.
Y, por primera vez en años, un cambio profundo no fue resistido.
Fue adoptado.
Porque las personas sintieron que su voz, esta vez, sí contaba.
Conclusión: el futuro no se predice, se diseña (también desde las creencias)
Si algo aprendí en mi camino —de las telecomunicaciones a la estrategia, de la tecnología a la ontología— es que las creencias no son muebles viejos que uno hereda. Son planos vivos que podemos redibujar.
Estamos en un momento histórico donde muchas creencias colectivas están haciendo agua: sobre el éxito, el poder, el progreso, el trabajo.
Si no las cuestionamos ahora, ¿cuándo?
Invito a cada lector a hacerse cargo de sus fantasmas, a revisarlos con ternura y con bisturí.
Porque no hay agilidad verdadera sin agilidad mental.
Y no hay futuro posible si seguimos anclados a modelos que ya no nos sirven.
“No es signo de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.” —Jiddu Krishnamurti
Si alguna idea te picó más de la cuenta, no la deseches.
Tal vez ese es el fantasma que más necesita ser iluminado.
Y si quieres compartir tu reflexión, estaré más que encantado de conversar.
Porque en el intercambio, también rediseñamos realidades.
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