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Zombis corporativos: la epidemia silenciosa en las empresas

trabajar sin alma, empatía, sentido de trascendencia

Un día cualquiera, sentado frente a un café, escuché a un empresario decirme con absoluta seriedad: “Yo vengo a trabajar, no a pensar en el sentido de mi vida”.

Y ahí pensé: qué triste.


Porque si uno no le encuentra sentido a lo que hace ocho, diez o más horas al día… ¿entonces a qué parte de la vida se supone que le dará sentido?


He recorrido empresas de todos los tamaños y sabores: multinacionales como Coca-Cola y Shell que se saben eternas, pymes familiares que llevan la pasión como bandera, organizaciones públicas que parecen tener el tiempo detenido.

Y en todas, el mismo dilema: cómo integrar lo humano, lo profundo, lo que trasciende, con los objetivos, métricas y resultados.


La vida profesional y la vida personal ya no pueden seguir separadas por un muro.


Como decía Víktor Frankl:

“Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”.

Y eso también aplica a una reunión de directorio o a un proyecto de transformación digital.


Cuando dejamos el alma colgada en la percha

Más de una vez me crucé con ejecutivos que parecían zombis corporativos: trajes impecables, presentaciones perfectas, métricas claras… pero cero brillo en los ojos.


Personas que, literalmente, dejaban su alma colgada en la percha de la oficina cada mañana.

Y claro, así es fácil ganar dinero, pero difícil ganar vida.


Recuerdo mis primeros años en Coca-Cola: innovamos contra todo pronóstico, incluso desafiando procesos rígidos y manuales corporativos.

Lo curioso es que lo que nos permitió crecer no fue la obediencia ciega, sino el entusiasmo y el propósito de hacer las cosas de un modo distinto.

No fue solo software ni procesos, fue espíritu.


Ahí comprendí algo: sin propósito, la estrategia es solo papel pintado.

Y sin alma, el trabajo es apenas supervivencia.


Ejemplos que inspiran

En Leadership: Theory, Application, Skill Development, de Robert Lussier y Christopher Achua, la profesora Judith Neal cuenta casos fascinantes sobre cómo integrar espiritualidad y trabajo, y, en el presente también encontramos historias fascinantes sobre cómo integrarlos:

  • Salesforce, bajo el liderazgo de Marc Benioff, instauró el modelo “Ohana culture”. Allí, cada colaborador se conecta con un propósito mayor: devolver a la comunidad a través del programa 1-1-1, que destina 1% del tiempo, 1% del capital y 1% de los productos a causas sociales.

  • Patagonia convirtió su misión ambiental en el corazón del negocio. La empresa otorga a sus empleados tiempo pago para involucrarse en proyectos ecológicos, demostrando que el propósito no es un discurso de marketing, sino una práctica diaria.

  • Google lleva años promoviendo programas de mindfulness como Search Inside Yourself, que combinan meditación, liderazgo consciente y productividad. La idea es simple pero poderosa: cuando la mente está en calma, la creatividad florece.

  • Microsoft, bajo Satya Nadella, dio un giro cultural hacia la empatía. Su filosofía de liderazgo está basada en escuchar, incluir y conectar con el propósito humano detrás de cada innovación, y eso ha cambiado la manera en que la empresa entiende la productividad.


Estas experiencias, lejos de ser casos aislados, confirman algo esencial: las organizaciones más exitosas del presente son las que permiten a sus colaboradores respirar no solo aire, sino también propósito.


Cuando la estrategia y el alma se encuentran

Hay un mito corporativo que dice que hablar de espiritualidad en el trabajo es “blando”. Lo cierto es que es un motor de productividad.

¿Por qué?

Porque cuando las personas se sienten plenas, trabajan con más energía, más creatividad y más compromiso.


En consultoría he visto equipos desbloquear problemas técnicos después de conversar sobre valores compartidos.

También he acompañado empresas familiares que lograron sobrevivir tres generaciones porque su estrategia estaba ligada a un propósito claro: dejar legado, no solo ganancias.


Lo espiritual no compite con lo operativo: lo potencia.

El liderazgo auténtico sabe que cuidar la trascendencia de las personas es la mejor inversión en resultados.


Preguntas incómodas que vale la pena hacerse

Para no quedarnos en el discurso, propongo algunas preguntas que me gusta hacer en talleres y directorios:

  • ¿Qué espacio dejamos para que las personas encuentren sentido en lo que hacen?

  • ¿Cómo conecta la estrategia con la vida real de los equipos?

  • ¿El trabajo que ofrecemos solo paga cuentas o también alimenta sueños?

  • ¿Nuestros líderes están preparados para hablar de propósito sin ponerse incómodos?

  • ¿Qué perderíamos si tratamos a las personas solo como recursos?


Responder estas preguntas no siempre es fácil.

Pero evita que nuestras empresas se transformen en fábricas de frustración.


Cuando el sentido falta, el vacío pesa y los zombis corporativos aparecen

En mi experiencia como consultor y coach, he visto empresas que crecieron en números pero se vaciaron de humanidad.

Y ese vacío siempre pasa factura: fuga de talento, clientes que no se sienten identificados, culturas tóxicas que erosionan los logros.


Lo curioso es que, cuando ayudamos a reconectar estrategia con propósito, la transformación se acelera.

Porque la gente no se motiva solo con bonos o ascensos; se motiva cuando siente que lo que hace tiene un impacto que trasciende.


Como escribió Rumi, citado por Lee Bolman:

“¿De dónde vengo y qué se supone que hago? No tengo idea. Mi alma está en otra parte, de ello estoy seguro.”

Ese vacío existencial es el mismo que muchos sienten en su oficina un lunes por la mañana.


Conclusiones derivadas de trabajar con el alma

El sentido de la vida y el sentido del trabajo no son enemigos, son aliados.


Negar la dimensión espiritual en las organizaciones es como pedirle a un músico que toque sin melodía o a un chef que cocine sin sabor.


En mi recorrido aprendí que las empresas que sobreviven y crecen son aquellas que entienden que el aire (los recursos, el dinero) es vital, pero que no basta con respirar.


Como decía Albert Einstein:

“Solo una vida vivida para los demás es una vida que merece la pena.”

La invitación es clara: no dejemos el alma colgada en la percha.

Hagamos de nuestro trabajo un camino con sentido.

Porque al final, la verdadera productividad no se mide solo en balances, sino en el eco que dejamos en las personas y en el mundo.

 

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