La mejor manera de crecer: hacerse prescindible
- Daniel Sachi

- 4 sept 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 jul

A veces uno se pregunta cómo puede ser que haya personas que manejan múltiples proyectos, cumplen con sus tareas y aún les sobra tiempo para abordar nuevos desafíos.
La respuesta, aunque suene paradójica, es bastante sencilla:
"Se gana mucho tiempo para trabajar en otras cosas cuando uno se enfoca en reclutar y desarrollar personas más capaces que uno mismo."
Detrás de esta idea hay una filosofía de liderazgo poderosa y transformadora: desarrollar al equipo para que pueda reemplazarnos.
Así, sin miedo ni apego, el rol del líder se convierte en trampolín, no en trono.
Desarrollar al equipo: mucho más que delegar
Formar personas no es solo cuestión de asignar tareas.
Es abrir espacio para el crecimiento, ofrecer desafíos constantes, promover la autonomía responsable, invitar al aprendizaje continuo y, sí, asumir que algún día podrán ocupar nuestro lugar.
El aprendizaje se estanca cuando una tarea se repite sin cambios durante demasiado tiempo.
Por eso, si queremos un equipo en evolución, debemos animarlo a:
salir de la zona de confort,
capacitarse,
asumir riesgos,
tomar decisiones,
y aprender de los errores.
Como líderes, eso significa preparar el terreno para que otros puedan asumir nuestra función.
Suena valiente.
Y lo es.
El riesgo de brillar… en la cultura equivocada
Por supuesto, este tipo de liderazgo puede resultar incómodo o incluso contraproducente en culturas organizacionales rígidas, donde el poder se mide por el control y no por la capacidad de empoderar.
Pero ese no es motivo para no hacerlo.
Es motivo para preguntarnos si estamos en el lugar adecuado para crecer.
Porque si tu organización penaliza la autonomía y castiga al que forma líderes, quizás no merezca tu talento.
¿Cambiar cada dos años? ¿O cambiar desde adentro?
Algunos expertos en liderazgo sostienen que los líderes deberían cambiar de función o trabajo cada dos años.
Suena extremo.
No todos tenemos ganas, o necesidad, de mudarnos profesionalmente con la frecuencia de un turista impaciente.
En vez de eso, podemos pensar en un enfoque más equilibrado: el liderazgo progresivo.
Esto implica ir generando nuevas posibilidades dentro del mismo entorno: ampliando responsabilidades, tomando proyectos desafiantes, co-liderando iniciativas, o participando en espacios de decisión más amplios.
Crecer no siempre requiere irse. A veces, basta con ensanchar el lugar en el que estamos.
Equipos que te impulsan, no que te encadenan
Cuando lideramos con esta lógica, los resultados son sorprendentes: el equipo crece, se fortalece, y comienza a empujarnos hacia arriba.
Nos convierte, sin darnos cuenta, en candidatos naturales para nuevos roles.
Nos hace visibles.
En cambio, si elegimos rodearnos de personas menos preparadas que nosotros para sentirnos indispensables, lo que realmente logramos es hundirnos en la mediocridad.
Y lo peor: si llega alguien con verdadero liderazgo, quedamos expuestos.
Se nota que hicimos del equipo un refugio, no un motor.
Prescindibles, pero por las razones correctas
La ironía final es que, si no desarrollamos a nuestra gente, nos volvemos prescindibles por otras razones: porque no supimos construir un equipo de alto rendimiento. Porque no creamos líderes.
Porque nunca preparamos un reemplazo.
Y así, quedamos atrapados en el mismo rol por años, con una carrera que se aplana, se enfría y finalmente se borra.
En resumen:
Rodéate de futuros líderes. Hazte prescindible.
Esa es la mejor forma de crecer.
De lo contrario, corres el riesgo de desaparecer en las sombras.
Preguntas para reflexionar:
¿Crees que el objetivo de un líder es volverse reemplazable?
¿Conoces a alguien que haya liderado con esta mentalidad?
¿Y tú, te estás preparando para crecer… o para quedarte?




Comentarios