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La difícil tarea de convivir con otras generaciones

Actualizado: 27 ago 2020


pulseada, joven y viejo

Los que peinamos canas (o no peinamos nada como en mi caso), creemos muchas veces que el camino recorrido en lo laboral nos da ciertos derechos y cierta prioridad.

Por ello, actuamos como si nuestras ideas fueran la octava maravilla, y el resultado de un cerebro genial, al que nadie podría discutir o debiera atreverse a hacerlo.

Imponemos nuestras normas, nuestra forma de hacer o decir, y las nuevas generaciones se nos quedan mirando en lo que creemos que es un estado de adoración.

Somos dogmáticos, casi mesiánicos en nuestros dichos porque creemos tener la verdad última, y eso nos hace sentir poderosos, además de usualmente detentar algún poder formal en la organización.

Bien, debo sacarlos de la comodidad para decirles que no hay nada más errado que este pensamiento.

Lo primero que habría que aclarar es que nuestras experiencias, realmente nos dan un conocimiento de algo, pero ese algo no siempre es aplicable a los nuevos escenarios. Los negocios han cambiado el mundo a cambiado y la gente también y más que el resto.

Lo segundo, es que, así como nosotros, muchos otros creerán tener la idea genial de factoría propia, con lo cual, lo mejor que podemos hacer es escuchar lo que cada uno tiene para proponer y armar con esas piezas el rompecabezas que compone la mejor idea grupal.

Lo tercero y no menos importante, las nuevas generaciones no nos miran embelesados. Ni siquiera nos respetan cuando tomamos posiciones como las descriptas. Solo nos miran como a viejos obsoletos a los que es mejor no discutirle y prefieren ignorarnos.

Duro ¿no?

Si entendemos esto, hay muchas cosas que podemos hacer para no pasar papelones y que en algún momento los jóvenes nos quieran escuchar y podamos de esta manera ser realmente útiles.

Usemos su jerga o su forma de expresarse, esto hace que alineemos los astros, que practiquemos lo que seguramente alguna vez aprendimos sobre que la comunicación es responsabilidad del emisor y es quien debe ponerse en sintonía con quien quiere que reciba el mensaje.

Dejemos a los jóvenes expresarse. Muchas veces tienen mejores ideas que nosotros y nosotros podemos ayudar ordenando la cancha, haciendo uso de las mejores prácticas organizativas que nos dio la experiencia.

Seamos cautos en nuestras expresiones. Muchas veces pecamos de maleducados crónicos cuando denostamos a jóvenes que piensan diferente.

Hace poco asistí a una reunión en la que un dueño de empresa le decía a un joven brillante “Sos un pendejo irrespetuoso, y si te digo que no me hables de algo, no lo hagas, porque podés terminar fuera”. Insulto seguido de amenaza, que lo único que consiguió fue malestar, algo de temor y mucho de bronca, es decir, nada productivo.

Por supuesto que no todos los entrados en años actuamos así, pero este tipo de comportamiento es bastante más común de lo que se cree.

Con certeza, ya no seremos jóvenes, ni tendremos su vitalidad ni su futuro, por lo tanto, no adoptemos falsas posiciones queriendo parecernos. Por más que nos vistamos con ropas juveniles, que vayamos a los sitios que frecuentan o que escuchemos su música no seremos como ellos.

Pero lo que si podemos hacer es tratar que ellos nos incluyan, que nos respeten porque respetamos, que nos escuchen porque escuchamos y por sobre todas las cosas, que nuestra experiencia no se pierda y sirva porque estén dispuestos y no obligados a escucharla.

El otro camino es ser un viejo carcamán, una simple pero bastante triste elección…

En lo personal, prefiero ser un joven de cincuenta y tantos… y les puedo asegurar, es mucho más productivo y divertido.


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