Cuando tener razón no es lo mismo que tener sentido (y otras lecciones que aprendí a los golpes)
- Daniel Sachi
- hace 2 días
- 3 Min. de lectura

Hace unos cuantos años, en medio de una reunión de trabajo, me di cuenta de que estaba discutiendo con un colega sobre el color ideal para un gráfico en una presentación.
No, no es broma.
Diez minutos de debate acalorado, venas marcadas en la frente, y argumentos cada vez más creativos (¿quién sabía que el azul corporativo podía ser "agresivamente pasivo"?).
Hasta que, en un momento de lucidez, me pregunté: ¿Realmente importa? ¿O solo quiero ganar?
Ahí entendí lo que hoy, mirando el panorama público (desde programas de televisión que parecen ring de boxeo hasta hilos de Twitter que son campos de batalla) veo claramente: confundimos "tener razón" con "tener sentido".
Y pagamos el precio.
El día que Freud casi me gana (pero preferí reírme)
En mis primeros años como consultor, cometí el error clásico: creer que mi trabajo era convencer a los demás, no colaborar con ellos.
En una sesión con un cliente, insistía con una estrategia que, en mi cabeza, era obviamente la mejor.
Hasta que el cliente, cansado, me soltó: "¿Quiere ayudar o quiere ganar?".
Como dijo Bertrand Russell:
"El problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas".
Ese día aprendí que la seguridad absoluta es el disfraz del miedo.
Porque, ¿qué pasa cuando priorizamos "ganar" sobre "construir"?
Que perdemos oportunidades, relaciones y, al final, hasta la razón que defendíamos con tanto fervor.
La trampa del "yo tengo la más grande" (y no, no es lo que piensas)
En el mundo corporativo, como en la televisión basura, abundan los guerreros del razonamiento: esos que, en lugar de espadas, blanden PowerPoints y datos fuera de contexto.
He visto juntas donde:
Un ejecutivo defendía un proyecto inviable solo porque era "su idea" (y admitirlo sería como rendirse).
Un equipo gastaba más energía en desacreditar al otro departamento que en resolver el problema.
Un líder interrumpía cada reunión con un "pero…" seguido de una objeción innecesaria.
¿El resultado?
Proyectos atascados, equipos desmotivados y una creatividad asfixiada.
Aquí va entonces la pregunta incómoda:
¿Cuántas veces has preferido "tener la razón" a escuchar una idea que podría salvar el proyecto?
El síndrome del "esto siempre se hizo así" (o cómo matar la innovación con una frase)
En una ocasión, propuse un cambio de proceso en una empresa y la respuesta clásica fue: "Pero aquí nunca lo hicimos así".
A lo que contesté "Si funciona, no lo toques, pero el sistema claramente no funciona”.
Recordando que la cultura se come a la estrategia, no importa cuán brillante sea tu idea si choca contra un muro de "peros" porque no se quiere salir de la zona de confort.
La obsesión por tener razón nos vuelve cómodos, y la comodidad es el enemigo del progreso.
Cuando la humildad es más poderosa que la razón
Uno de mis momentos más reveladores siendo yo muy joven, fue cuando un mentor me dijo:
"La inteligencia no es saber todo, es estar dispuesto a aprender de cualquiera".
Desde entonces, practico algo radical: admitir cuando no sé algo.
Ejemplo 1: En un proyecto complejo, un junior me corrigió con una solución técnica que no había considerado. En lugar de defender mi ego, le dije: "Tienes razón, vamos por ahí". El proyecto salió mejor gracias a eso.
Ejemplo 2: Un cliente me señaló un error en un informe.
Pedí disculpas, agradecí el feedback y lo corregí.
¿Resultado?
Ganó confianza en mí, el trabajo mejoró, y me volvió a contratar varias veces.
La vulnerabilidad bien entendida no es debilidad; es la puerta a mejores ideas.
Preguntas para dejar de pelear y empezar a avanzar
¿Estoy discutiendo por el problema o por mi orgullo?
¿Qué pierdo si acepto que el otro tiene un punto válido?
¿Prefiero tener razón o tener resultados?
¿Estoy escuchando para entender o para rebatir?
¿Mi postura suma o solo hace ruido?
Conclusión: Gana el que aprende, no el que grita más fuerte
Al final, la vida y el trabajo no son un debate donde alguien levanta un cartel de "GANÉ".
Son un viaje colaborativo donde el verdadero triunfo es salir con más conocimiento, mejores relaciones y soluciones que no podríamos haber alcanzado solos.
Así que, la próxima vez que sientas el impulso de pelear por tener "la razón más grande", recuerda: el tamaño no importa… lo que cuenta es lo que haces con ella.
(Y sí, esa fue adrede. Freud, perdóname). 😉
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